La vitamina D se puede obtener mediante la exposición a la luz solar o a través de los alimentos, pero la sociedad en la que vivimos no siempre nos permite estar el suficiente tiempo al aire libre para tener niveles adecuados. Es más, en función del área geográfica en la que se resida, de la estación del año, de la contaminación atmosférica y del uso de cremas solares tendremos mayor o menor déficit de ella.
Y debemos ser conscientes de que la vitamina D es fundamental para la absorción del calcio, evitar la pérdida de masa ósea – causa importante de la osteoporosis- y la salud del sistema nervioso, muscular e inmunitario. Tiene dos formulaciones en función de su procedencia: D2 (ergocalciferol) -si proviene de vegetales y hongos- o D3 (colocaldiferol) -si deriva del pescado azul y de algunos aceites como el de hígado de bacalao- siendo la más usada en complementación dietética.
Un metaanálisis realizado en 2005 y publicado por la revista American Journal of Public Health concluyó que «tener en sangre un nivel elevado de vitamina D se asocia a un menor riesgo de padecer cáncer de mama o morir por su causa».
La investigadora Joan Lappe -profesora de la Universidad de Creighton– dijo por su parte en 2007 a raíz de los estudios que había realizado y publicado en American Journal of Clinical Nutrition que “tomar un suplemento de vitamina D disminuye en las mujeres posmenopáusicas la incidencia de cáncer un 60%. Los resultados son muy alentadores. Confirman lo que muchos defensores de la vitamina D sospechan desde hace algún tiempo y hasta ahora no se había demostrado en ensayos clínicos: que es una herramienta fundamental en la lucha contra el cáncer, así como en muchas otras enfermedades. Hay un gran número de pruebas de que las poblaciones de los países del primer mundo tienen deficiencia de vitamina D y si se les da más podremos prevenir el cáncer y otras enfermedades”.
Carmen Quintana
Fuente: Alternativas eficaces e inocuas a la terapia hormonal para la menopausia